En enero del 2006 llegaba a casa Tas, un pequeño hurón color sable. Haciendo honor a su nombre, tenía energía para dar y regalar, un verdadero terremoto, encantado de subirse a los sitios más altos, meterse en todos los agujeros que encontraba y jugar a pillar a lo largo del pasillo, no conocía el miedo. Y también haciendo honor a su nombre, se encargaba de "guardar" en sus escondites todo lo que pillaba, desde gomas de borrar o bolis hasta el móvil y el mp3.
Aunque tenía una extraña fijación por los tobillos, que en verano daba un poco por saco con los mordiscos, era cariñoso, venía corriendo cuando lo llamabas y se quedaba dormido en el regazo. De todos los habitantes no humanos de casa, el más querido sin duda, aunque llegara después del perezoso Cthulhu. Y desde luego la escurridiza Silvara no podía hacerle sombra.
Aunque tenía una extraña fijación por los tobillos, que en verano daba un poco por saco con los mordiscos, era cariñoso, venía corriendo cuando lo llamabas y se quedaba dormido en el regazo. De todos los habitantes no humanos de casa, el más querido sin duda, aunque llegara después del perezoso Cthulhu. Y desde luego la escurridiza Silvara no podía hacerle sombra.
Por los saltitos que daba al jugar, y los golpes que se daba por no mirar por dónde iba, por intentar imitar al gato y saltar lo mismo que él, por sus ojitos de sueño recién despertado o su forma de dormir. Por las horas que nos hemos pasado jugando con él...
Tardará en llenarse el hueco que ha dejado.
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